jueves, 11 de septiembre de 2008

Antes de rendirnos, fuimos eternos

"Había un profesor […] que decía que lo que se sabe, no es lo que se recuerda, sino lo que se ha olvidado. Lo decía a propósito de nuestro sistema de enseñanza, que tiene el defecto de que los exámenes se toman inmediatamente después de las clases. Deberían tomarse, decía, diez años después, o veinte.
¿Parece una broma? No lo es. Supongan que leen un libro. Al día siguiente lo tienen todo en la memoria. Pasa el tiempo, y empiezan a olvidar; al fin, lo han olvidado todo. Es decir, lo han incorporado todo, son el libro. Recordar, es todavía poder rechazar".
César Aira, Copi

Aquello que no está, sigue estando. Aquello que se fue me dejó su estela, me dejó el rastro en el barro blando. La luz me dejó una lumbre. Los pasos son ahora huellas; las palabras, ecos; los momentos, memoria.
Todo lo que somos está compuesto por ausencias. Determinado, formado, condicionado por nuestras desapariciones, por las muertes que nos acontecieron. Pero nada desaparece realmente, nada nos deja. Todo lo que fue, sigue siendo de otro modo, con otra forma, con otro nombre. Pero sigue siendo.
¿Cómo puede definirse lo presente? Es lo que se vive en tanto que sonido, que tacto, que olor. ¿Pero no es acaso la ausencia la que finalmente nos permite asignarle un sentido a las cosas? Quizás sólo se escuche a lo ausente.
Una vez que algo se desvanece en tanto que cosa no nos queda más que el significado subjetivo almacenado. La facticidad nos libera de su violento límite. No es que nada se vuelva inmutable, pero sí se vuelve etéreo. Se vuelve completamente nuestro. Parte de nuestro propio sistema interno de connotaciones y de razonamientos.
Pienso en los ídolos que nos dejaron, en las personas que abrieron sus vidas a otros horizontes, en la gente con cuya cotidianeidad nos desencontramos. ¿Qué fue de ellos? Pero más aun, ¿qué fue de nosotros?... ¿Dónde está eso que les entregamos, eso que ellos suscitaron en nosotros? Siempre queda el recuerdo, pero lo que verdaderamente perturba es pensar: ¿dónde está todo lo que olvidamos?

Creo, como Aira, que lo que olvidamos está en nosotros. Somos aquello que ya no sabemos, que ya no enunciamos, que ya no evocamos. Lo que somos es, en realidad, la suma de todo lo que fuimos. Y lo que mañana olvidaremos es justamente aquello que hoy nos parece dado y eterno.
Hay formas de sentir que sólo se dan in presentia. La vida humana es la lucha por perpetuar lo presente, por conservar lo que atesoramos. Pero como la pérdida es siempre inevitable, comprendamos que no hay pérdida sino transformación. Pensemos en lo que no está como en lo oculto. Pensemos en lo que anhelamos como en lo tácito. Pensemos que el significado nunca muere.
Y hoy, dejemos de tenerle miedo al futuro. Vivamos como si no hubiera despojos.
Escuchemos a lo presente, que nos habla. Cultivemos nuestra pasión y nuestra entrega. Lo que deseamos está acá. Siempre estuvo acá.

Noche, 11 de septiembre de 2008

domingo, 7 de septiembre de 2008

La realidad que nos circunda es como un plato de empanadas de repulgue extraño


Tomo el taxi y mi cabeza dispara imágenes. La libertad es algo indescriptible. Es la sensación con la que vuelvo esta noche a casa; es el recuerdo en la memoria; el olor de un lugar al que quizás nunca volvamos.
Es tarde y no quiero hacer ruido, y cierro la puerta silenciosa. Hay un gato de ojos brillantes que no deja de mirarme. Acariciar un gato para mí es completarse.
Pero, ¿Completar qué? ¿Por qué buscamos constantemente cerrar el círculo de la existencia?
Los cálculos matemáticos no aplican en la lógica de la vida. No hay resoluciones que valgan: vivir sigue siendo eso, un movimiento finito de mil caras, un proceso que nunca debe automatizarse.
El gato estornuda, y yo pienso que debo destaparme la nariz para oler nuevos colores, mirar nuevos sabores, y cantar en una noche de estrellas y sapos.



Hay una constante búsqueda. Anestesiar el escozor que nos provoca sabernos presos de una fantasía carcelaria no debe ser nuestra guía si queremos bailar todas las danzas de este mundo. La probabilidad de caer como moscas en una telaraña de pensamientos vagos y oscuros nunca debe tomarnos por sorpresa.
No hay tristezas ni hay dolor. Hay dolor y hay tristezas. Felicidad exultante. Grotescas risas de descontento. Ojos inertes mirando las mismas calles pasar cuando el colectivo dobla en la esquina número mil del recorrido ocho mil novecientos. Vivir no es una repetición, ni una construcción: es un estallido. Y quiero explotar como un globo. Reventar como una piñata. Y soltar miles de serpentinas alegres al ritmo del baile carioca.
Quizás después de esa fiesta haya un pedazo de torta a medio comer, abandonado en un costado de la mesa. Lo han dejado: el chico no quería comerlo. Demasiado empalagoso. Recordar para el próximo cumpleaños, los niños no comen tortas. O quizás sí, pero éste ha dejado un pedazo. La torta era de coco y parecía de nieve. Es septiembre y hace frío, pero no hay nieve en las calles. No hay nieve: sólo hace frío. En donde hace frío no hay cocos. En mi coco, en este momento, la lógica racional ha huido despavorida. El cumpleañero cazó un bicho de luz en el jardín y lo agita como si fuera una maraca.
Volver a la cordura, volver a la cordura. ¿Qué es poseer algo en esta vida? Quizás poseer algo radique en dejarlo: una elección que no implica la tenencia material de ningún objeto en este mundo. Yo me tengo a mí y tengo estas palabras. Estas imágenes. Este gato a mi costado y el ruido de mis dedos al golpetear las teclas. El chico tenía la torta y la ha dejado. La ha dejado sobre la mesa. Un pedazo de torta que hizo alguna madre. O una abuela. El nieto invitó a muchos chicos a la fiesta. Había risas, y gritos. Y yo era una piñata que saltaba sin dejar de mirar la nariz roja del payaso.
Pero el chico ha dejado la torta, el nieto sopló las velitas y ya todo está en silencio. Las cosas también pueden apagarse. Hay objetos que se pudren. Eso es lo que se estanca: el niño conserva al bicho de luz en el frasco y éste se extingue. Tiene miedo de perderlo y lo pierde. Ya no tiene la maravilla de la existencia: tiene un algo apagado, que termina en el tacho junto con ese pedazo de torta que otro niño ha dejado.



Allí radica algo de la verdad que esta noche estoy arañando. Ya es hora de dejarlo.
Como el pedazo de torta, un texto con palabras inconclusas, a medio roer. El taxi frena y saco diez pesos de mi bolsillo. Sin hacer ruido, dejo que las imágenes escapen. La noche se cierne sobre una figura escurridiza. El gato ronronea a mi lado. La torta tiene gusanos. De la piñata, sólo queda un miriñaque olvidado en el cajón.
“Buenas noches”, me dice el hombre.
“Buenas noches”, contesto: el hombre tiene un bigote recortado con canas.
La realidad que nos circunda es como un plato de empanadas de repulgue extraño. Pero esta noche, mi estómago está lleno, y yo sólo ansío dormir.