lunes, 25 de agosto de 2008

"Ya pican los grandes": El origen del terror



A continuación, en el caso “El Monstruo Verde”, la declaración de la Testigo Número Uno, Señorita Sonia Alejandra Sorriente.

Era tarde, pero Florencia viajaba a la mañana siguiente rumbo a Mar del Plata, y pensé que un café no sería mala idea. Después de 40 minutos de lucha contra un pantalón que se negaba rotundamente a aceptar las dimensiones de mi yeso[1], me dirigí al lugar de encuentro.
El bar estaba repleto. Últimamente, cada vez que ingreso a una habitación en la que hay más de diez personas reunidas y poco espacio para maniobrar, mi presencia causa sensación y un leve malestar general se extiende entre los presentes, que no saben muy bien qué actitud tomar frente a una persona con muletas. Florencia me observaba divertida desde una mesa. Sin darle importancia a las miradas, causantes del escarnio y la degradación que sufro cada vez que estoy en público, me dirigí hacia la mesa.
En el camino topé con mi existencia abultada la mesa del costado. Había una pareja haciéndose arrumacos. El integrante masculino me observó divertido y casi con lástima contestó con una sonrisa a mis disculpas apresuradas.
Finalmente, logré quitarme el saco, y una vez que Florencia me hubo ayudado a dejar las muletas en un lugar seguro (en algún recoveco entre la pared y la mesa), me dispuse a sentarme y pedir un regio café con leche con medialunas.
(La testigo hace una pausa, mientras se seca la frente perlada de gruesas gotas de sudor y mira con los ojos fijos una mancha negra en la mesa. Agitada, exclama que ha creído ver al monstruo verde detrás de la puerta. El enfermero se encarga de tranquilizarla. Luego de varios minutos, continúa con la declaración.)
La moza me miró raro, pero su simpatía (producto, creo yo, de mi temporaria deficiencia para movilizarme) hizo que el cocinero tuviera que darle las tres medialunas solicitadas: dos de manteca y una de grasa. Quizás esto no tenga importancia, pero quiero dejar en claro todos los detalles que recuerdo de esta noche fatídica. Florencia sólo tomó un café. No, perdón, sólo tomó un cortado. Borre lo anterior, por favor.
(La testigo toma el vaso de agua encima de la mesa y se lo lleva a los labios. Las ojeras azules denotan su decrépito estado; no ha dormido en toda la noche. La mano le tiembla)
Bien, prosigo. Era una noche tranquila, como cualquier otra. Siempre que nos juntamos a tomar café divagamos sobre temas abstractos. Usted sabe, ella estudia Letras, y admite estar un poco loca. Yo creo que no me quedo atrás, pero lo que sucedió… lo que sucedió… (La testigo estalla en llanto. Entre las convulsiones, tira el vaso de agua contra la pared y aúlla desesperada. El enfermero a cargo ingresa a colocarle una inyección. Pasan cinco minutos hasta que recobra el aliento y pide continuar).
Perdón, disculpe… Es que el monstruo…Ah, no quiero siquiera pensar en eso… Lleguemos al meollo del asunto. Estábamos conversando sobre cómo el lenguaje estructura las mentes de los seres humanos, al punto de conformar cosmovisiones sin punto de comparación, cuando Florencia trajo a colación el tema este del blog. En verdad no recuerdo si fue ella o si fui yo; pero lo cierto es que esto del blog nos tenía preocupadas a ambas. Hacía tiempo que queríamos dar pie a esta iniciativa conjunta que, supusimos, sería una excelente forma de propiciar la escritura cotidiana. Nunca pensamos que sucedería esto…
(La testigo queda ausente durante unos minutos. El enfermero a cargo se acerca con la intención de inyectar nuevamente a la paciente, pero ésta reacciona rápidamente, proclamando estar aún en sus cabales).
Empezamos a pensar y llegamos a la conclusión de que no era una mala idea. Mi fractura me brindaba la posibilidad de disponer del tiempo que quisiera para dedicarme al armado del blog. Así fue que decidimos darle un nombre. Un nombre, al fin de cuentas, es el inicio, el comienzo: el paso ineludible a la hora de la creación. Muchos sostienen que el nombre (el título) debe ponerse al final. Pero usted comprenderá la necesidad de un título organizador en el nacimiento de un blog. Sino, ¿qué sería del blog? Un blog sin nombre estaría destinado al olvido, al archivo: a la inexistencia.
(Se queda en silencio. Mira fijo al enfermero y le pide que se mantenga alerta. Se rasca la nariz, pide otro vaso de agua y espera a que se lo traigan para continuar con la historia).
Ahora, ¿Qué nombre ponerle a semejante Creación? A mi en lo particular, ponerle un nombre a algo de mi autoría me hace sentir como una especie de Dios. En este caso, seríamos Diosas de la Era Informática. Usted piénselo por un momento: está así, felizmente, tomando un café y de pronto, puf, un nombre, un blog, palabras que le pertenecen. Usted puede decirme “Y si vas a Derechos de Autor y registrás una hoja que diga ‘Mis palabras’, es lo mismo. Incluso es mejor. La propiedad intelectual dura dos años.” Pero déjeme decirle que lo que sucedió nos sirve para rebatir semejante posibilidad. El blog tiene ahora identidad propia. ¡Ha cobrado vida!
(La testigo comienza a reír histéricamente y babea. Tira el vaso de agua que le han traído hace minutos. El enfermero se acerca y rápidamente la enlaza a la silla con un cinto. Le inyecta una droga tranquilizante. La testigo tiene las mejillas azules y los ojos desorbitados. La inyección tarda diez minutos en hacerle efecto. Finalmente, está en condiciones de proseguir con la historia, maniatada como una lechuga y con los ojos hundidos en oscuras ojeras, efecto de la mezcla de drogas en su sangre.)
Yo sabía que no era una buena idea… Pero lo hicimos igual. Florencia me preguntó: “¿Qué nombre le ponemos?” y al unísono dimos vuelta la cabeza. Primero un cartel que reclamaba “Benjamín Nieto, $17”. Nos pareció demasiado masculino. Quizás algo más desestructurado, algo que nos brindara la libertad de expresión tan solicitada. Miré al fondo del bar y allí, muy iluminado, el nombre que nos impuso el destino: Picadas y Tablas.
(La testigo es presa de un nuevo ataque de histerismo. Esta vez, entre gorjeos, toses y arcadas, grita frases inconclusas del tipo “No somos nada”, “Cámpora al gobierno, Perón al Poder”, “Usted puede hacerlo en sólo cinco días”, “¡Ya pican los grandes!”. Al pronunciar esta última frase, escupe una cucaracha y su cara se pone blanca como un papel).
Ya pican los grandes… ¡Eso! ¡Ya pican los grandes! Decidimos que una revista terminaría de decidir el nombre del blog, y la revista ponía en la tapa esa frase, a modo ilustrativo. Un tipo con lentes de sol, sonrisa de tiburón y una corvina en la mano hacía gestos de triunfo en el medio del río. En ese momento algo sucedió, porque de común acuerdo, pronunciamos junto con Florencia la frase completa. No la pronunciaré aquí, pero el nombre de nuestro blog acababa de conformarse en este acto heroico.
(Hace una pausa)
Usted se preguntará qué tiene que ver esto con el monstruo verde que he visto en mi baño la otra noche. Pues se lo explicaré: el monstruo verde ha salido del blog y quiere matarme. Me ha gritado que me hará picada y me comerá en una tabla, y ha dicho que Florencia le servirá como aperitivo. ¡Yo le juro que nosotras no tenemos nada que ver con la creación de este monstruo! ¡Aún no puedo explicarme su nacimiento! Una cosa es crear un blog y otra muy distinta engendrar un demonio que al grito de ¡Ya pican los grandes!, saca una tabla de planchar y hace juliana lo primero que se le cruza. Yo creé el blog esa noche y nada extraño sucedió. Y pasaron dos días como si nada, hasta la noche fatídica en la que el monstruo verde se comió a mi gato. ¡Yo le juro que estamos en peligro! ¡Usted tiene que protegerme!
(La testigo babea nuevamente y esta vez, pierde por completo el conocimiento. El enfermero tiene órdenes de desatarla y llevarla a la sala de enfermería. La Abogada nota que el Enfermero está más bueno que Gael García Bernal y lo apunta en su cuaderno de notas. Se retiran del recinto. Cuando cierran la puerta, el monstruo verde (que estaba escondido detrás de la misma) toma un pedazo de vidrio del suelo y escribe en la mesa ‘¡Ya pican los grandes!’. Ríe descontroladamente antes de salir dando un fuerte portazo de la habitación.)

Identikit del ‘Monstruo Verde’.
Si usted lo ve, ¡no dude en correr para el otro lado!
[1] La testigo tiene una pata rota, producto de un indebido uso del dispositivo para hacer culipatín alquilado por la misma en Penitentes, Provincia de Mendoza.

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