viernes, 5 de diciembre de 2008

Adentro de mi Cabeza

Parte III

Javier: (rompe el silencio mortal que acaba de inundar la sala) Yo tengo parte de culpa en esto… Yo fui el que le dijo en secreto a Raúl que todo estaba bien, que le diera para adelante. (Nadie lo mira) Quizás fue porque me envalentoné, porque de repente el de arriba me dijo que era yo el que tenía que empezar a tomar las decisiones… Y Raúl también acordó, por lo que hizo lo que yo quise, nada más y nada menos.

Omar: Si, Javiercito querido, si. Pero acá cuando yo dije “me estoy hinchando las pelotas” y vos me escuchaste y acordaste conmigo, Raúl no se enteró ni tomó partido al respecto. De hecho, todo lo contrario, ¿te acordás? Fue cuando la fractura. Hasta la gente de las otras cabezas nos dijo “muchachos, esto que pasó es el destino, aprovechen la circunstancia y déjense de romper las pelotas”. Nadie les hizo caso.

Raúl: Entramos en la misma, Omar. Es cierto, nadie los escuchó, pero acordáte de que acá todos los muchachos estaban con el póker a mil, nadie tenía cara larga.

Artista: Mentira, Raúl. En ese momento yo empezaba a perder mis cartuchos artísticos, y a vos no te importó demasiado. Agotar al grupo hace que a mí me de por la angustia existencial, y ya sabemos que eso no es bueno.

Javier: Es cierto, yo no lo puedo soportar. Cuando estamos con la cuestioncita esta de “angustia existencial”, mi razonamiento desaparece, y acordamos a principio de año que la cosa iba a funcionar como yo decía…

Muchachos, ¿qué fue lo que pasó?

Omar: No sé, Javier. Pero ahora que estamos todos más tranquilos… ¿Por qué no nos echamos un jueguito de póker?

Raúl: No, Omar, aprovechemos la charla, pero integrémoslos a todos. Muchachos, ¡acérquense!

(los tipos tirados alrededor de la mesa se acercan y se sientan, con expresión amistosa)

Omar: Ahora que todos estamos más tranquilos porque las obligaciones han finalizado, aprovechemos para tomar una copita…

Javier: Brindar por lo que viene…

Raúl: Y no perder las expectativas ni las metas…

Artista: Recordando siempre que la mejor de las sonrisas es aquella que nos lleva a la libertad.

El resto de los personajes sonríen. La Gula se aleja en un rincón con un sánguche de mortadela. El Avaro tiene dos copas de ginebra y mira a su alrededor con recelo. El Amante se ha perfumado y se pavonea, aunque nadie le da pelota. A la Envidia no la han dejado sentarse a la mesa, pero Raúl le da una copita pequeña porque reconoce que siempre está allí para acompañarlos. El Deseo tiene la botella en la mano y la empina mientras se ríe a carcajadas. El Soñador tiene los ojos como platos y mira a un gato negro que ronronea en uno de los colchones que hay tirados por allí.

Omar, Javier y Raúl se miran y sonríen felices. Cada uno levanta su copa para brindar con el vacío.

Los tres están decididos a darle batalla a esta cabeza que les ha tocado en suerte.-

Adentro de mi Cabeza

Parte II

Jugador I: Mirá, yo no quiero romperte los huevos pero la verdad es que te estás dejando. Y vos sabés muy bien que es un esfuercito más y san se acabó. No entiendo qué es lo que te cuesta tanto.

El Jugador II lo mira de reojo. Tiene ojeras violetas y la mirada profunda. Se rasca una ceja y lo mira fijo. Está por decir algo, pero se arrepiente. Está tan cansado que ni siquiera sabe si tiene sentido discutir.

Jugador I: Mirá, Omar, vos a nosotros nos tenés que decir qué carajo te pasa. Sino esto no va para ningún lado. ¿O no, Javier?

Javier, el Jugador III, está desconcertado. Lo mira fijo.

Jugador III (Javier): Si, si, es cierto, Raúl. Bah, bueno… No sé. Yo lo entiendo a Omar. No tengo nada para decirle. O sí. Qué se yo…

Jugador I (Raúl): Siempre tan indeciso vos. Saben, a veces pienso que tu indecisión, Javier, es lo que nos tiene en la lona.

Omar le clava la mirada. Raúl no baja los ojos. Tiene una actitud desafiante.

Jugador II (Omar): Mirá, Raúl, para mi tu prepotencia tiene un límite. Y si me preguntás a mí, lo que me pasa es que tengo LAS PELOTAS INFLADAS. Sí, si, no me mirés así. A vos también se te inflan, la única diferencia es que a vos te gusta. Sinceramente, a mí esto ya me tiene saturado. Y fijáte como solito vos no podés hacer nada.

Raúl lo mira con rabia, pero mantiene la postura. Eleva un poco el tono de voz.

Raúl: La cosa acá, querido, es que vos antes eras un lloroncito. Si no hubiera sido por mí, vos no salías de ningún lado.

Omar: Y te lo agradezco. Pero hace ya bastante tiempo que acordamos que lo que estabas haciendo había sido circunstancial, pero no era lo mejor. (Mira a Javier como buscando apoyo) Digo, no era lo mejor para ninguno de los tres.

El borracho de la punta se levanta y hace un mohín gracioso. Raúl lo fulmina con la mirada y el borracho se sienta. Antes de que alguno de los tres continúe hablando, levanta la botella de vino que tiene en la mano derecha, como si estuviera brindando con un ser imaginario.

Omar. En fin, como te estaba diciendo, Raúl… Es una pena, pero tengo las pelotas hinchadas, ¿me entendés? Yo sé que a vos te es difícil, porque a vos si no te pasa algo no podés estar tranquilo, pero a mí me parece que la cosa me funciona diferente. Me copa hacer ochenta cosas, bárbaro, me copa hacer ochenta más, pero ya 2500 me están rompiendo un poquitito las pelotas.

Y te digo, esto no es de ahora, pero por respeto a vos y a Javier, que está tratando de afianzarse en su laburo, no dije nada antes. Pero estas últimas semanas me destruyeron, de verdad que ya no puedo más.

Javier. Gracias, Omar. Yo te juro que trato. Trato de hacer todo lo posible, pero me cuesta. No sé porqué me cuesta tanto. Me alegra saber que vos cooperás.

Raúl: Acá todos cooperamos Javier. Lo que a mi me disgusta es que, aún a pesar de todas las pelotudeces que descubriste este año, sigas siendo el mismo pelotudo de siempre. Valga la redundancia.

Omar (le para la bocha) Pará, Raul. ¿No te das cuenta de que no todo es pum, pam pim? A vos porque te resulta fácil, al que se te mete en el medio le ponés un golpe y se acabó, pero acá la joda es distinta.- Date cuenta, si Javier fuera igual que vos, estamos todos cagados. (Mira al fondo. El Artista, La Gula, El Avaro y el Amante lo miran sin expresión) Todos ustedes, muchachos, ni existirían. Para que sepan.

Los tres se quedan en silencio. Raúl se sirve un vaso de ginebra y se lo manda de un saque. Las cartas de póker están desparramadas por la mesa. Javier mira fijo la ginebra que quedó en la botella. Parece estar pensando en algo pero es muy tímido y le cuesta terminar un razonamiento. En realidad sufre de cobardía y la actitud de Raúl no lo ayuda. Desde el fondo, el Artista (que está borracho) se dispone a contestarle a Omar. Tiene una camisola verde y un pantalón a rayas, y el pelo largo y desprolijo.

Artista: Tenés razón, Omarcete querido! Vos tirále algo a los perros de acá atrás. A mi se me terminaron las hojas y me acabo de leer el último libro. Vos te das cuenta, el día ese en el que Raúl estaba todo histérico…

Raúl (enojado): ¿Cuándo, pibe? Acá no hablés demás, vos sabés que te respeto mucho, pero hace rato que te la pasás fumado y te cuesta la creación. Esta cuestión no tiene que ver únicamente conmigo y mi prepotencia, si yo no estuviera vos seguirías drogadísimo, y la creatividad ahí se te convertiría en angustia existencial. Está muy bien que tengas que laburarla, sabés.

Artista: Raúl, no me jodas. Hace rato que no podemos leer un libro. Vos con tus ochocientas mil obligaciones y la puta que te parió. Quiero sentarme a leer un libro y la cabeza no funciona. ¿Me estás jodiendo? A principio de año dijiste que este año no iba a ser como el pasado, y mirá. Tenías razón, fue peor.

No, si sos un hijo de puta, vos.

Omar: Yo al Artista no lo defiendo pero un poco de razón tiene. Este año dijimos que la cosa se iba a tranquilizar y al final, al carajo con todo.

Raúl (se sienta, como cansado): Ya sé, muchachos. Lo que pasa es que estábamos todos tan contentos, que me pareció una boludez no aprovecharlo. ¿O me van a negar eso? Todos fantásticamente bien, jugando al póker…

Todos se miran, asienten con la cabeza, y se quedan en silencio.

Adentro de mi Cabeza

Parte I

El ambiente está cargado. Hay olor a cigarrillo y a medias viejas. En un rincón, despanzurrado, un almohadón de color rojo. Un gato duerme entre bollos de papel, viruta y polvo.

En el medio del ambiente, una mesa verde y roja. Sobre ella, una lámpara irradia una luz amarillenta que descubre paredes descascaradas. El cuadro de Cassius Marcelus Coolidge está despintado y cuelga medio torcido en la pared de la izquierda. Al fondo, una puerta de madera que rechina cada vez que se abre.

En la mesa hay seis sillas, pero sólo tres están ocupadas. Los jugadores han perdido la apuesta (o la han ganado), aún no se decide, y están discutiendo. Uno sólo está sentado a la mesa. Otros dos (los más importantes del grupo) lo recriminan desde el costado. Parece estar siendo juzgado, pero se defiende bien.

De entre las sombras de un pedazo de goma espuma amarillento, sale caminando tranquila una cucaracha. El Jugador IV (el Amante) está tirado allí. Se despereza y mata la cucaracha de un manotazo.

El resto de los tipos que están en la habitación lo miran. Ahora el Jugador I (que se llama Raúl) tiene la palabra, y el Jugador II (que se llama Omar) sabe que la discusión será para largo y tendido.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Reflexiones I, II, III, IV; V

"Según nuestro punto de vista, un alumno-artista no debe ser sometido a una iniciación estética donde el trabajo intelectual-filosófico y el trabajo intelectual-literario estén por encima del trabajo intelectual-sensitivo de las formas.
El artista genuino es un hombre libre y honesto. La honestidad artística es aquella posesión segura de la propia verdad, vivida y expresada a través de la belleza. Demos herramientas y enseñemos a trabajar al hombre honesto. El hará después las obras, que brotarán de su corazón".

En Montaje Cinematográfico. Arte de Movimiento., Rafael C. Sánchez

"En un libro sobre el amor que el hombre que hacía las casitas no conocía, que Octavio había comprado en una librería de viejo pero que jamás leyó, que Matilde vio leer reconcentrada a una joven en el colectivo 85, y que Perla perdió en una mudanza sin siquiera haber abierto sus páginas, podía leerse: "¿Por qué conservar y dejar envejecer lo que se tiene? ¿Acaso se conservan los autos viejos? Conservar lo que se tiene, es capitular frente a lo que no se tiene, es privarse, es disminuir, envejecer".
Las cosas pasan, y siempre dejan algo que se ignora. "

En Cuarteto para Autos Viejos, de Miguel Vitagliano
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I

Hace varios días que vengo pensando qué es lo que uno hace cuando vive.

La pregunta es sencilla, la respuesta es cuasi obvia: Cuando uno VIVE, lo que hace es VIVIR.

Así planteada, la cuestión parece una cosa de locos. Pero para mí no lo es.
Porque de verdad, en este momento del año, en esta etapa en donde todo parece ser una locura, me pregunto: ¿Es esto vida?

Hace ya varias semanas que me la paso corriendo. Nada termina, nada llega a su fin y estoy podrida, cansada y hastiada de lo que es, básicamente, mi vida.
¿Depresiva?

Puede ser, un poco. Hay algo en el aire que se repite y que aniquila las ansias de soñar. Hay algo que flota que todo lo ennegrece y es esa masa de aire caliente la que me deshidrata, la que hace que sienta que estoy encerrada, que nada de todo esto es lo que yo buscaba, que todo lo que hago es inmensamente inútil porque no soy feliz.

Y lo peor de todo es que busco salidas intelectuales, razonamientos lógicos. Lo cual es poco coherente. ¿Cómo buscarle una salida razonable a una rutina que tiene más de esquizofrenica que de normal?

II

Lo otro que venía pensando en el colectivo (uno de los pocos lugares en los que, a veces y sólo si estoy sentada, se me cae una idea) es que no tengo más vida que el estudio.

Patético.

Nuevamente, considero que es patético porque no me hace feliz. Porque nada en extremadas dosis puede ser bueno. Porque hemos llegado a un límite ineludible, del que siempre se puede escapar, claro.

Patético.

No estoy dispuesta a dar el brazo a torcer. Y tampoco decido aún si esa perseverancia (ese particular tipo de testarudez que me aqueja) es lo que lleva al triunfo (triunfo entendido aquí como alcance de esa felicidad que todo ser medianamente logico busca sobre la faz de la tierra).

III

En este momento existen ciertas confusiones inevitables.

La fatiga con la concentración.
El amor con el cariño.
La verdad con la certeza.

IV

Sánchez dice que el artista es un hombre libre y honesto.

La palabra libertad es la que aún me resuena en la cabeza.

Vitagliano advierte que conservar lo que se tiene es capitular frente a lo que no se tiene.

Capitular es la palabra clave.

V

No rendiré mis fuerzas a la angustia y al vacio. Yo me tenía y asi como era me he perdido.

Me he perdido para reencontrarme con algo nuevo. Que requiere de valor y coraje. De responsabilidad y respeto.

Un algo nuevo que todavía promete felicidad.




domingo, 12 de octubre de 2008

En el subsuelo de mis días

Deseo ser solamente la que agoniza
deseándote.
La que se pierde en los recorridos de tu sangre.
Estás en el subsuelo de mis días,
en los sueños que quieren verme muerta,
en la culminación de los viajes que arden,
que asesinan.

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Anhelo esa música que te compone.
El arrastrado mar te enrarece cuando te habla.
Vos no sos el que me desoye y me miente,
tampoco al que no oyo despedazarme.
No estás en el que me deshace y me venera,
ni en la mirada del que no puede verme.
Aparecés en las superficies que palpás,
en los sonidos que percibo sin que produzcas.
Estás mientras desaparecés creándote.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Antes de rendirnos, fuimos eternos

"Había un profesor […] que decía que lo que se sabe, no es lo que se recuerda, sino lo que se ha olvidado. Lo decía a propósito de nuestro sistema de enseñanza, que tiene el defecto de que los exámenes se toman inmediatamente después de las clases. Deberían tomarse, decía, diez años después, o veinte.
¿Parece una broma? No lo es. Supongan que leen un libro. Al día siguiente lo tienen todo en la memoria. Pasa el tiempo, y empiezan a olvidar; al fin, lo han olvidado todo. Es decir, lo han incorporado todo, son el libro. Recordar, es todavía poder rechazar".
César Aira, Copi

Aquello que no está, sigue estando. Aquello que se fue me dejó su estela, me dejó el rastro en el barro blando. La luz me dejó una lumbre. Los pasos son ahora huellas; las palabras, ecos; los momentos, memoria.
Todo lo que somos está compuesto por ausencias. Determinado, formado, condicionado por nuestras desapariciones, por las muertes que nos acontecieron. Pero nada desaparece realmente, nada nos deja. Todo lo que fue, sigue siendo de otro modo, con otra forma, con otro nombre. Pero sigue siendo.
¿Cómo puede definirse lo presente? Es lo que se vive en tanto que sonido, que tacto, que olor. ¿Pero no es acaso la ausencia la que finalmente nos permite asignarle un sentido a las cosas? Quizás sólo se escuche a lo ausente.
Una vez que algo se desvanece en tanto que cosa no nos queda más que el significado subjetivo almacenado. La facticidad nos libera de su violento límite. No es que nada se vuelva inmutable, pero sí se vuelve etéreo. Se vuelve completamente nuestro. Parte de nuestro propio sistema interno de connotaciones y de razonamientos.
Pienso en los ídolos que nos dejaron, en las personas que abrieron sus vidas a otros horizontes, en la gente con cuya cotidianeidad nos desencontramos. ¿Qué fue de ellos? Pero más aun, ¿qué fue de nosotros?... ¿Dónde está eso que les entregamos, eso que ellos suscitaron en nosotros? Siempre queda el recuerdo, pero lo que verdaderamente perturba es pensar: ¿dónde está todo lo que olvidamos?

Creo, como Aira, que lo que olvidamos está en nosotros. Somos aquello que ya no sabemos, que ya no enunciamos, que ya no evocamos. Lo que somos es, en realidad, la suma de todo lo que fuimos. Y lo que mañana olvidaremos es justamente aquello que hoy nos parece dado y eterno.
Hay formas de sentir que sólo se dan in presentia. La vida humana es la lucha por perpetuar lo presente, por conservar lo que atesoramos. Pero como la pérdida es siempre inevitable, comprendamos que no hay pérdida sino transformación. Pensemos en lo que no está como en lo oculto. Pensemos en lo que anhelamos como en lo tácito. Pensemos que el significado nunca muere.
Y hoy, dejemos de tenerle miedo al futuro. Vivamos como si no hubiera despojos.
Escuchemos a lo presente, que nos habla. Cultivemos nuestra pasión y nuestra entrega. Lo que deseamos está acá. Siempre estuvo acá.

Noche, 11 de septiembre de 2008

domingo, 7 de septiembre de 2008

La realidad que nos circunda es como un plato de empanadas de repulgue extraño


Tomo el taxi y mi cabeza dispara imágenes. La libertad es algo indescriptible. Es la sensación con la que vuelvo esta noche a casa; es el recuerdo en la memoria; el olor de un lugar al que quizás nunca volvamos.
Es tarde y no quiero hacer ruido, y cierro la puerta silenciosa. Hay un gato de ojos brillantes que no deja de mirarme. Acariciar un gato para mí es completarse.
Pero, ¿Completar qué? ¿Por qué buscamos constantemente cerrar el círculo de la existencia?
Los cálculos matemáticos no aplican en la lógica de la vida. No hay resoluciones que valgan: vivir sigue siendo eso, un movimiento finito de mil caras, un proceso que nunca debe automatizarse.
El gato estornuda, y yo pienso que debo destaparme la nariz para oler nuevos colores, mirar nuevos sabores, y cantar en una noche de estrellas y sapos.



Hay una constante búsqueda. Anestesiar el escozor que nos provoca sabernos presos de una fantasía carcelaria no debe ser nuestra guía si queremos bailar todas las danzas de este mundo. La probabilidad de caer como moscas en una telaraña de pensamientos vagos y oscuros nunca debe tomarnos por sorpresa.
No hay tristezas ni hay dolor. Hay dolor y hay tristezas. Felicidad exultante. Grotescas risas de descontento. Ojos inertes mirando las mismas calles pasar cuando el colectivo dobla en la esquina número mil del recorrido ocho mil novecientos. Vivir no es una repetición, ni una construcción: es un estallido. Y quiero explotar como un globo. Reventar como una piñata. Y soltar miles de serpentinas alegres al ritmo del baile carioca.
Quizás después de esa fiesta haya un pedazo de torta a medio comer, abandonado en un costado de la mesa. Lo han dejado: el chico no quería comerlo. Demasiado empalagoso. Recordar para el próximo cumpleaños, los niños no comen tortas. O quizás sí, pero éste ha dejado un pedazo. La torta era de coco y parecía de nieve. Es septiembre y hace frío, pero no hay nieve en las calles. No hay nieve: sólo hace frío. En donde hace frío no hay cocos. En mi coco, en este momento, la lógica racional ha huido despavorida. El cumpleañero cazó un bicho de luz en el jardín y lo agita como si fuera una maraca.
Volver a la cordura, volver a la cordura. ¿Qué es poseer algo en esta vida? Quizás poseer algo radique en dejarlo: una elección que no implica la tenencia material de ningún objeto en este mundo. Yo me tengo a mí y tengo estas palabras. Estas imágenes. Este gato a mi costado y el ruido de mis dedos al golpetear las teclas. El chico tenía la torta y la ha dejado. La ha dejado sobre la mesa. Un pedazo de torta que hizo alguna madre. O una abuela. El nieto invitó a muchos chicos a la fiesta. Había risas, y gritos. Y yo era una piñata que saltaba sin dejar de mirar la nariz roja del payaso.
Pero el chico ha dejado la torta, el nieto sopló las velitas y ya todo está en silencio. Las cosas también pueden apagarse. Hay objetos que se pudren. Eso es lo que se estanca: el niño conserva al bicho de luz en el frasco y éste se extingue. Tiene miedo de perderlo y lo pierde. Ya no tiene la maravilla de la existencia: tiene un algo apagado, que termina en el tacho junto con ese pedazo de torta que otro niño ha dejado.



Allí radica algo de la verdad que esta noche estoy arañando. Ya es hora de dejarlo.
Como el pedazo de torta, un texto con palabras inconclusas, a medio roer. El taxi frena y saco diez pesos de mi bolsillo. Sin hacer ruido, dejo que las imágenes escapen. La noche se cierne sobre una figura escurridiza. El gato ronronea a mi lado. La torta tiene gusanos. De la piñata, sólo queda un miriñaque olvidado en el cajón.
“Buenas noches”, me dice el hombre.
“Buenas noches”, contesto: el hombre tiene un bigote recortado con canas.
La realidad que nos circunda es como un plato de empanadas de repulgue extraño. Pero esta noche, mi estómago está lleno, y yo sólo ansío dormir.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Julio, Miguel y la prosa del mundo

“Pero en el fondo sé que todo es falso, que estoy ya lejos de lo que acaba de ocurrirme y que como tantas otras veces se resuelve en este inútil deseo de comprender, desatendiendo quizá el llamado o el signo oscuro de la cosa misma, el desasosiego en que me deja, la instantánea mostración de otro orden en el que irrumpen recuerdos, potencias y señales para formar una fulgurante unidad que se deshace en el mismo instante en que me arrasa y me arranca de mí mismo. Ahora todo eso no me ha dejado más que la curiosidad, el viejo tópico humano: descifrar”.
Julio Cortázar, 62/Modelo para armar

Lejos está de mis intenciones buscar transformar este blog en un diario íntimo. Quizás implique alguna suerte de frustración lejana para una estudiante de Letras no haber logrado llevar un diario con cierta regularidad en ningún momento de su vida adulta. Pero de ningún modo pretendo que este espacio compense ese aparente fracaso.
Hay, sin embargo, una coherencia que yo misma me exijo, que simplemente surge y respiran estas palabras, y es que empecé sosteniendo que el hombre vive el proyecto de sí mismo y que lo vive subjetivamente. Tengo que enlazar lo que me sucedió durante el día de hoy con esas palabras, tengo que izar la bandera de la subjetividad en esta breve crónica y en esta reflexión que hoy esbozo.
Ayer escuché a Cortázar decir que el azar hace las cosas mucho mejor que la lógica, y con él también me enlazo para hablar de esta causalidad que yo pude leer en los eventos de este día cualquiera.
Habiendo estado ya por un tiempo en mi mente el problema del escenario urbano, y, particularmente, el de la vida urbana, me encontré una vez más a bordo de un colectivo, camino al trabajo.
Todo espécimen de la especie urbana tiene un mayor o menor grado de adaptación al medio, en el que necesariamente desarrolla cierta tolerancia a cosas como la contigüidad con los otros, la masividad, la densidad de población, la despersonalización, e incluso (o sobre todo) el hacinamiento. Pero más allá de eso se había disparado en mí, algún tiempo antes, la duda acerca de todas estas condiciones, la pregunta, y más aun, se había desarrollado en mí una especie de fuerza contraria a la adaptación, en la que solamente podía resultarme insoportable aquello a lo que ya había estado por años adaptada. Últimamente sólo había podido articular una resistencia física e intelectual (sólo en el plano de mi mundo interno – aun me falta mucho para ser una revolucionaria) a toda esta estructuración, cruel, atroz, violenta, fatal, de la ciudad sobre mi subjetividad y mi corporalidad.
Violentamente alcancé la conclusión de que estaba siendo agredida, una y otra vez, en el paso de los días. De que mi integridad, mi dignidad y mi individualidad estaban siendo neutralizadas en cada pequeña escena urbana, en cada mirada fugaz al reloj, en esa sensación de asfixia en el subterráneo, en ese individualismo desgarrador, en cada minuto de opresión, de dolor, de desesperación.
Es desolador y es el fundamento de la locura ese momento en el que el ser humano se encuentra solo frente a su propia mirada del mundo. Es una fatalidad para el hombre ver a otros que sufren lo mismo que él sin manifestarse. Porque tanto los que acallan su locura o la subliman, como los que la viven en soledad, y porque incluso los que la naturalizan (en vez de: “¿qué hago en este bondi que me asfixia?”, se escapan por la tangente y piensan: “¿cómo sería posible que estuviera en otro lado que no fuera este bondi que me asfixia?” - El no puedo, el resguardo frente al abismo de la propia libertad-), incluso ellos, todos ellos, dejan, quizás sin saberlo, cada vez más absolutamente solo al hombre que se lamenta, al que sufre, al ser humano que desea.
Concluí también (más allá de mi vocación por llegar tarde) que el reloj es una invención fascista que nos impone un tiempo irreal, objetivo y falsamente universal, que determina que sea bondi cuando en mi mente es cama, que sea apremio cuando en mi pecho es calma, que sea adiós cuando en mí es encuentro.
La contramarcha de los sentidos, la sensibilidad coartada, la más cruda opresión y el más hondo vacío de sentido es lo que se me empezó a presentar como única interpretación posible para mi propia vida.
El mayor desconsuelo del hombre es que lo que le sucede sea intrascendente. La historia de la humanidad está marcada por la resistencia del hombre a la intrascendencia. Es una huella histórica en nuestras subjetividades.

Pero hoy me encontré nuevamente en un colectivo, ya lo dije. Pero hoy, algo fue distinto. Hoy antes de salir de mi casa, agarré impulsivamente un libro de un estante lejano. Hoy lo llevé conmigo en mi bolso, junto con hojas escritas por niños, junto con biromes, junto con un teléfono, junto con un guardapolvo. Hoy lo llevé conmigo, me acompañó y yo lo llevé. Hoy el colectivo me propició un lugar. Una persona se paró, estaba sentada y se paró, y allí estaba yo. Hoy me senté, me senté después de que una persona se paró (una que estaba sentada justo al lado de donde yo estaba parada) y alguien me avisó, me incitó, me pidió que me sentara, porque alguien no quería sentarse. Hoy ese asiento fue para mí, y después del asiento fue ese libro. Fue 62/Modelo para armar, fue otra vez Cortázar, hablándome desde los intersticios del mundo.
Y leí esa novela, leí apenas unas páginas. Dentro de todo ese orden tan absoluto y hostil (la ciudad, sus colectivos, sus horarios) algo me mostró sus aletas desde lo desconocido (aletas porque alas tiene la imaginación, que no se lee, ella es la que vuela; la literatura nada, el agua ofrece más resistencia que el aire). De repente un inverosímil me demostró que la trasgresión podía ser llevada a cabo, que ese espacio que para mí era de opresión, se había transformado ahora en escenario de algo más profundo, de algo emergente que modificaba mi subjetividad; se había transformado en escenario de, nada más y nada menos, que un hecho literario.

Seis horas después de lo que a Joyce le hubiera gustado llamar mi "epifanía", yo entraba a la facultad de Filosofía y Letras, a la clase de Teoría Literaria III y Vitagliano empezaba a hablar de cómo la ciudad es una estructura estructurante de la interioridad de los individuos. Comentaba, al pasar, el comienzo de la costumbre de usar reloj de bolsillo en el momento histórico en que el tren empieza a ser un medio de transporte usado para llegar a la ciudad, y el cambio por el cual la hora empieza a ser importante cuando de ella depende, simplemente, que te pierdas el tren o que alcances a tomártelo.
Luego Vitagliano habla, en la clase de Teoría, de que la sensibilidad no se construye sólo de pensamientos, sino de lágrimas, de cansancios, de sensaciones. Y se pregunta: “Si la Historia de la cultura es la historia del Pensamiento, de las Grandes Ideas, si sólo eso es lo tangible, lo que queda, lo que puedo tocar… ¿Cómo toco mi falta de libertad, cómo toco mi impotencia?”. Y yo recordaba el colectivo, recordaba la lectura de mi novela ahí, sentada en el colectivo. Pero no sólo eso, también recordaba una frase de Aristóteles, en su Poética: “La poesía es más filosófica y doctrinal que la historia; por cuanto la primera considera principalmente las cosas en general; mas la segunda las refiere en particular”. Yo estaba ahí, sentada en el aula de Filo, y de repente mi subjetividad estaba otra vez sentada en el bondi. Estaba ahí y estaba constituyendo, en un instante, en el mero fulgor de un segundo, ese orden subjetivo de irrupciones que Cortázar me había descrito más temprano hoy mismo. Y en esa constatación no podía más que leer algo que ya había estado intuyendo desde el comienzo de mi carrera en esa facultad: que siempre que uno busca descifrar, está en el mismo acto descifrándose a sí mismo. Mi búsqueda y la de la humanidad son una sola. Cuando no tengo voz, soy todos aquellos que alguna vez no tuvieron voz.
Yo soy esa misma sensibilidad que, como la de ellos, reclama ser descifrada.

Y sobre todo volvía otra vez a él, a quién más, a Julio, y coincidía una vez más con él. El azar hace las cosas mucho, pero mucho mejor que la lógica.

Noche en Buenos Aires, ya 28 de agosto de 2008

lunes, 25 de agosto de 2008

L’existence précède l’essence: sobre la génesis de Picadas y Tablas

PyT no es ni más ni menos que el inicio de algo, algo que aspira a ser construido. En principio, existe. Luego, será.
Un día nublado en Buenos Aires es el fenómeno físico de la inspiración. Un café, un ruido desamparado que se cuela por la puerta, un murmullo, alguna mirada que se desencuentra con el mundo. Me quedo en la superficie de la soledad, como Roquentin. No hay mucho más que lo que no se conoce, que lo que se mira.
También con un café nació este espacio, guarida de un par de conciencias frenéticas, devastadas por el hastío y las certidumbres. Elegimos este vandalismo de las opiniones, no nos importa. Hay que crear algo.
Jean Paul Sartre lo dijo, quizá no se pueda hacer de otro modo, quizá haya que elegir: no ser nada o jugar a lo que se es.

Las picadas de este blog aspiran a ser, pero sobre todo, a ser tres cosas:
- la picada de la pesca, el acto de capturar algo, o más bien, de intentar capturarlo aun cuando la gran mayoría de las veces termine escapándose
(un paso más: ir a buscar aquello que sabemos que no va a estar ahí – Vitagliano dixit)
- la picada de las tardes de verano en Buenos Aires, comer un poco de cada cosa, incorporar para sí alimentos de diversos orígenes; pincharlos, engullirlos, masticarlos, digerirlos
- la picada como acto de corroer, de destruir lo sólido, de destrozar en pedazos algo que estaba ahí, fragmentar lo macizo con pequeños actos; picar los muros, los escalones, las rocas impenetrables

El hombre es un proyecto que se vive subjetivamente.
Querremos destruir, querremos capturar algo que se escabulle, querremos ir nutriéndonos de lo que se nos presenta. Salud.

De lenguaje y literatura (fragmento)
" Más que tomar la palabra, habría preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me habría gustado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde hacía ya mucho tiempo: me habría bastado entonces encadenar, proseguir la frase, introducirme sin ser advertido en sus intersticios, como si ella me hubiera hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. No habría habido por tanto inicio; y en lugar de ser aquel de quién procede el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su posible desaparición. " M. Foucault


Noche en Buenos Aires, 26 de agosto de 2008

Una luna pintada de rojo,
una luna ensangrentada que se revuelca
que se desconoce y que revuelve el cielo
buscándose

"Ya pican los grandes": El origen del terror



A continuación, en el caso “El Monstruo Verde”, la declaración de la Testigo Número Uno, Señorita Sonia Alejandra Sorriente.

Era tarde, pero Florencia viajaba a la mañana siguiente rumbo a Mar del Plata, y pensé que un café no sería mala idea. Después de 40 minutos de lucha contra un pantalón que se negaba rotundamente a aceptar las dimensiones de mi yeso[1], me dirigí al lugar de encuentro.
El bar estaba repleto. Últimamente, cada vez que ingreso a una habitación en la que hay más de diez personas reunidas y poco espacio para maniobrar, mi presencia causa sensación y un leve malestar general se extiende entre los presentes, que no saben muy bien qué actitud tomar frente a una persona con muletas. Florencia me observaba divertida desde una mesa. Sin darle importancia a las miradas, causantes del escarnio y la degradación que sufro cada vez que estoy en público, me dirigí hacia la mesa.
En el camino topé con mi existencia abultada la mesa del costado. Había una pareja haciéndose arrumacos. El integrante masculino me observó divertido y casi con lástima contestó con una sonrisa a mis disculpas apresuradas.
Finalmente, logré quitarme el saco, y una vez que Florencia me hubo ayudado a dejar las muletas en un lugar seguro (en algún recoveco entre la pared y la mesa), me dispuse a sentarme y pedir un regio café con leche con medialunas.
(La testigo hace una pausa, mientras se seca la frente perlada de gruesas gotas de sudor y mira con los ojos fijos una mancha negra en la mesa. Agitada, exclama que ha creído ver al monstruo verde detrás de la puerta. El enfermero se encarga de tranquilizarla. Luego de varios minutos, continúa con la declaración.)
La moza me miró raro, pero su simpatía (producto, creo yo, de mi temporaria deficiencia para movilizarme) hizo que el cocinero tuviera que darle las tres medialunas solicitadas: dos de manteca y una de grasa. Quizás esto no tenga importancia, pero quiero dejar en claro todos los detalles que recuerdo de esta noche fatídica. Florencia sólo tomó un café. No, perdón, sólo tomó un cortado. Borre lo anterior, por favor.
(La testigo toma el vaso de agua encima de la mesa y se lo lleva a los labios. Las ojeras azules denotan su decrépito estado; no ha dormido en toda la noche. La mano le tiembla)
Bien, prosigo. Era una noche tranquila, como cualquier otra. Siempre que nos juntamos a tomar café divagamos sobre temas abstractos. Usted sabe, ella estudia Letras, y admite estar un poco loca. Yo creo que no me quedo atrás, pero lo que sucedió… lo que sucedió… (La testigo estalla en llanto. Entre las convulsiones, tira el vaso de agua contra la pared y aúlla desesperada. El enfermero a cargo ingresa a colocarle una inyección. Pasan cinco minutos hasta que recobra el aliento y pide continuar).
Perdón, disculpe… Es que el monstruo…Ah, no quiero siquiera pensar en eso… Lleguemos al meollo del asunto. Estábamos conversando sobre cómo el lenguaje estructura las mentes de los seres humanos, al punto de conformar cosmovisiones sin punto de comparación, cuando Florencia trajo a colación el tema este del blog. En verdad no recuerdo si fue ella o si fui yo; pero lo cierto es que esto del blog nos tenía preocupadas a ambas. Hacía tiempo que queríamos dar pie a esta iniciativa conjunta que, supusimos, sería una excelente forma de propiciar la escritura cotidiana. Nunca pensamos que sucedería esto…
(La testigo queda ausente durante unos minutos. El enfermero a cargo se acerca con la intención de inyectar nuevamente a la paciente, pero ésta reacciona rápidamente, proclamando estar aún en sus cabales).
Empezamos a pensar y llegamos a la conclusión de que no era una mala idea. Mi fractura me brindaba la posibilidad de disponer del tiempo que quisiera para dedicarme al armado del blog. Así fue que decidimos darle un nombre. Un nombre, al fin de cuentas, es el inicio, el comienzo: el paso ineludible a la hora de la creación. Muchos sostienen que el nombre (el título) debe ponerse al final. Pero usted comprenderá la necesidad de un título organizador en el nacimiento de un blog. Sino, ¿qué sería del blog? Un blog sin nombre estaría destinado al olvido, al archivo: a la inexistencia.
(Se queda en silencio. Mira fijo al enfermero y le pide que se mantenga alerta. Se rasca la nariz, pide otro vaso de agua y espera a que se lo traigan para continuar con la historia).
Ahora, ¿Qué nombre ponerle a semejante Creación? A mi en lo particular, ponerle un nombre a algo de mi autoría me hace sentir como una especie de Dios. En este caso, seríamos Diosas de la Era Informática. Usted piénselo por un momento: está así, felizmente, tomando un café y de pronto, puf, un nombre, un blog, palabras que le pertenecen. Usted puede decirme “Y si vas a Derechos de Autor y registrás una hoja que diga ‘Mis palabras’, es lo mismo. Incluso es mejor. La propiedad intelectual dura dos años.” Pero déjeme decirle que lo que sucedió nos sirve para rebatir semejante posibilidad. El blog tiene ahora identidad propia. ¡Ha cobrado vida!
(La testigo comienza a reír histéricamente y babea. Tira el vaso de agua que le han traído hace minutos. El enfermero se acerca y rápidamente la enlaza a la silla con un cinto. Le inyecta una droga tranquilizante. La testigo tiene las mejillas azules y los ojos desorbitados. La inyección tarda diez minutos en hacerle efecto. Finalmente, está en condiciones de proseguir con la historia, maniatada como una lechuga y con los ojos hundidos en oscuras ojeras, efecto de la mezcla de drogas en su sangre.)
Yo sabía que no era una buena idea… Pero lo hicimos igual. Florencia me preguntó: “¿Qué nombre le ponemos?” y al unísono dimos vuelta la cabeza. Primero un cartel que reclamaba “Benjamín Nieto, $17”. Nos pareció demasiado masculino. Quizás algo más desestructurado, algo que nos brindara la libertad de expresión tan solicitada. Miré al fondo del bar y allí, muy iluminado, el nombre que nos impuso el destino: Picadas y Tablas.
(La testigo es presa de un nuevo ataque de histerismo. Esta vez, entre gorjeos, toses y arcadas, grita frases inconclusas del tipo “No somos nada”, “Cámpora al gobierno, Perón al Poder”, “Usted puede hacerlo en sólo cinco días”, “¡Ya pican los grandes!”. Al pronunciar esta última frase, escupe una cucaracha y su cara se pone blanca como un papel).
Ya pican los grandes… ¡Eso! ¡Ya pican los grandes! Decidimos que una revista terminaría de decidir el nombre del blog, y la revista ponía en la tapa esa frase, a modo ilustrativo. Un tipo con lentes de sol, sonrisa de tiburón y una corvina en la mano hacía gestos de triunfo en el medio del río. En ese momento algo sucedió, porque de común acuerdo, pronunciamos junto con Florencia la frase completa. No la pronunciaré aquí, pero el nombre de nuestro blog acababa de conformarse en este acto heroico.
(Hace una pausa)
Usted se preguntará qué tiene que ver esto con el monstruo verde que he visto en mi baño la otra noche. Pues se lo explicaré: el monstruo verde ha salido del blog y quiere matarme. Me ha gritado que me hará picada y me comerá en una tabla, y ha dicho que Florencia le servirá como aperitivo. ¡Yo le juro que nosotras no tenemos nada que ver con la creación de este monstruo! ¡Aún no puedo explicarme su nacimiento! Una cosa es crear un blog y otra muy distinta engendrar un demonio que al grito de ¡Ya pican los grandes!, saca una tabla de planchar y hace juliana lo primero que se le cruza. Yo creé el blog esa noche y nada extraño sucedió. Y pasaron dos días como si nada, hasta la noche fatídica en la que el monstruo verde se comió a mi gato. ¡Yo le juro que estamos en peligro! ¡Usted tiene que protegerme!
(La testigo babea nuevamente y esta vez, pierde por completo el conocimiento. El enfermero tiene órdenes de desatarla y llevarla a la sala de enfermería. La Abogada nota que el Enfermero está más bueno que Gael García Bernal y lo apunta en su cuaderno de notas. Se retiran del recinto. Cuando cierran la puerta, el monstruo verde (que estaba escondido detrás de la misma) toma un pedazo de vidrio del suelo y escribe en la mesa ‘¡Ya pican los grandes!’. Ríe descontroladamente antes de salir dando un fuerte portazo de la habitación.)

Identikit del ‘Monstruo Verde’.
Si usted lo ve, ¡no dude en correr para el otro lado!
[1] La testigo tiene una pata rota, producto de un indebido uso del dispositivo para hacer culipatín alquilado por la misma en Penitentes, Provincia de Mendoza.